Domingo 31 de Octubre* 9:00 PM
A Dilma Rousseff, una economista criticada por su falta de experiencia en las lides de la política, le pusieron delante el reto de proclamarse la primera mujer presidenta de Brasil y demostró a su padrino, Luiz Inácio Lula da Silva, su acierto al escogerla como su sucesora.
Rousseff, quien hoy conquistó el sillón presidencial con el 55,3% de los votos en la segunda vuelta, ha logrado dos importantes hitos: ser la primera mujer en llegar a la jefatura del Estado del país más grande de América Latina y alcanzar la cima del poder en su estreno en unas elecciones.
Sus detractores han destacado de ella su falta de experiencia electoral, su notoria fama de poseer un carácter adusto y maneras rudas, así como su escaso brillo y poca capacidad de respuesta rápida en los debates, pero Rousseff, siempre arropada por Lula, ha superado los obstáculos en la carrera hacia el Palacio de Planalto, sede del Ejecutivo.
Hija de un emigrante búlgaro comunista, Rousseff, de 62 años y miembro del Partido de los Trabajadores (PT), pasó más de dos años encarcelada durante su juventud y fue torturada por su militancia en movimientos clandestinos que luchaban contra la dictadura militar en Brasil (1964-1985).
Ese pasado "guerrillero" ha sido objeto de duras críticas por parte de sectores de la oposición que sugieren que, más allá del papel de militante en movimientos clandestinos, Rousseff pudo haber participado en acciones violentas.
Sin embargo, la biografía de su página oficial de campaña señala que a los 16 años Rousseff formaba parte de la organización clandestina Política Operaria (Polop) y luego pasó al Comando de Liberación Nacional (Colina) y a la Vanguardia Armada Revolucionaria Palmares (VAR-Palmares), pero "como jamás participó en cualquier acción armada, la Justicia Militar la condena solo por subversión".
Nacida el 14 de diciembre de 1947 en Belo Horizonte, capital del estado de Minas Gerais, Dilma Vana Rousseff Linhares desempeñó varios cargos administrativos, ya como economista, en el estado meridional de Río Grande do Sul, donde comenzó su actividad profesional.
Lula, quien la escogió personalmente como candidata a la Presidencia después de que algunos de los nombres mejor posicionados del PT para la sucesión se vieran implicados en escándalos de corrupción, ha explicado en varias ocasiones lo impresionado que quedó por su eficiencia y capacidad nada más conocerla.
El presidente le ofreció el Ministerio de Minas y Energía en 2003 y apenas dos años después, la colocó al frente de la cartera de Presidencia, la más importante del gabinete, desde donde se encargó de dirigir los principales programas de desarrollo del Gobierno.
Pero su llegada a la Presidencia no habría sido posible sin el empeño a fondo de Lula en su candidatura, a la que logró transferirle en forma de votos parte de su popularidad como mandatario.
El presidente fue la estrella de los actos de campaña de Rousseff, habló más que ella en los mítines electorales y no escatimó esfuerzos para hacerla subir en las encuestas.
Los asesores de Rousseff, por su parte, se encargaron de dulcificar su discurso y de darle a su aspecto personal una dosis de coquetería y mayor feminidad, con la intención de movilizar el voto de las mujeres.
Sin embargo, la nueva Rousseff, bajo esa imagen que busca transmitir elegancia y jovialidad al mismo tiempo, topa con la Rousseff de siempre que, a pesar de presentar una cara más amable, sigue haciendo alarde de una puesta en escena mate, desgarbada y en alguna ocasión incluso titubeante y nerviosa.
Divorciada y madre de una hija, Rousseff se convirtió en abuela durante la campaña y, para acallar las críticas por su supuesta postura favorable al aborto, se hizo fotografiar en el bautizo de su nieto.
La abanderada del PT se presentó a estas elecciones junto a Michel Temer, un veterano de la política, dirigente del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), que a sus 70 años ha presidido tres veces la Cámara de Diputados y ahora está llamado a ocupar la vicepresidencia de Brasil.
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